¿Quién tiene realmente el poder en la era de la IA?

En la comunidad hablamos cada día de lo que la IA puede hacer por nosotros: crear más rápido, automatizar lo pesado, escalar proyectos sin depender tanto del tiempo ni del dinero. Es fácil ilusionarse con la idea de que esta tecnología democratiza el poder.

Sin embargo, hay una verdad incómoda que debemos tener siempre a la vista: la IA no es neutral. La IA decide quién ve qué, quién gana visibilidad, quién consigue oportunidades y quién desaparece del mapa digital. No se trata solo de algoritmos inteligentes. Se trata de quién los diseña, quién los financia y con qué intereses.

Por eso me obsesiona el trabajo de Karen Hao, una periodista con algo que muy pocos tienen: visión desde dentro.

Cuando la persona que ve el futuro desde primera fila dice “cuidado”

Karen estudió Ingeniería en el MIT. Trabajó en Silicon Valley. Tenía acceso directo a los laboratorios donde se diseña el futuro.

Ella podría haberse quedado allí, subiendo en la escalera del éxito tech.
Sin embargo, decidió salir para contarlo todo.

Lo que denuncia es sencillo de resumir y difícil de ignorar:

La IA es una estructura de poder, no solo una tecnología.

Su libro Empire of AI revela cómo compañías como OpenAI están levantando un nuevo tipo de imperio: uno que no invade países, sino derechos, datos y el futuro de nuestras decisiones.

El nuevo imperio no conquista países, conquista recursos

Para Karen, lo que está ocurriendo no es una revolución tecnológica.
Es una reorganización del poder global.

En Silicon Valley se repite un mantra:

“Escalar, escalar, escalar.”

Modelos cada vez más grandes.
Más GPUs.
Más datos.
Más consumo energético que algunos países europeos enteros.

Y aquí aparece la parte que casi nunca se cuenta:

La IA se alimenta de recursos que no son infinitos.

Karen cita datos como:

• el crecimiento de data centers puede requerir hasta 1,2 veces toda la energía que consume el Reino Unido hoy
• muchas granjas de servidores usan agua potable para refrigerar los chips
• se están prolongando plantas de carbón que ya debían cerrarse
• en algunas ciudades no se pueden construir nuevas casas porque la electricidad está reservada para las nubes

La tecnología que nos promete un futuro “verde”
está aumentando las emisiones globales.

Y si alguien protesta, los gigantes tech llegan con una lógica que Karen define como colonial:

“Buscan territorios con agua, energía y poca resistencia política.”

Hoy ya hay comunidades en Chile, Uruguay o Arizona
que se quedan sin agua,
mientras un modelo entrena para generar avatares de Drake.

Sí, hay una distopía, pero no está en las pantallas.
Está justo debajo de los servidores.

Módulo 2
Marxismo sin querer: quién crea valor en la IA

Hay un momento brillante en la entrevista:

El entrevistador dice:

“Soy marxista y me hace gracia ver cómo todo al final depende de quién manipula a quién.”

Karen no se ríe.

Porque esto no es una metáfora académica.
Es literal.

Mientras los CEOs hablan de “salvar a la humanidad”,
el valor económico real se genera así:

• Kenia: moderadores de OpenAI clasifican los peores contenidos. Salarios: 2 dólares la hora. Consecuencias: trauma y familias destrozadas.
• Colombia: refugiados venezolanos compiten por microtareas que desaparecen en segundos. Sin dormir, sin horarios, sin derechos.
• Sudeste Asiático: etiquetadores de imágenes para “cerebros artificiales” viven conectados a una app 24/7.

El trabajo más deshumanizante sostiene la tecnología más “humana” jamás creada.

Los beneficios, mientras tanto, fluyen hacia:

• accionistas de Big Tech
• fondos soberanos
• magnates como Musk o Sam Altman

El capitalismo de la IA no surge en Reddit ni en foros académicos.
Nace en la misma estructura de desigualdad global que ya conocemos:

Los que diseñan ganan fortunas.
Los invisibles pagan el precio.

PREGUNTA CENTRAL QUE SALE DE TODO ESTO

Si la IA va a dirigir el futuro, quién dirige a la IA?

Políticos como Trump ven en estas compañías herramientas de imperio.
Silicon Valley ve en los gobiernos combustible para su ambición.

Es una alianza temporal.
Ambos creen ser los que llevan el timón.

Lo que está en juego no es la tecnología.

Es quién manda.

El escalado infinito tiene consecuencias muy reales

La nueva norma en Silicon Valley es “más grande es mejor”.
Más datos. Más servidores. Más modelos gigantescos.

Ese crecimiento tiene un coste que casi nunca vemos:
• centros de datos que podrían consumir medio Reino Unido en energía
• agua potable usada para refrigerar servidores en lugares donde falta
• ciudades que no pueden construir viviendas porque la infraestructura se destina a la nube

Todo para que podamos pedir ideas de contenidos sin esperar 20 segundos.

Lo más irónico es que existen modelos mucho más eficientes.
Simplemente no son tan rentables para los gigantes tecnológicos.

La IA se sostiene sobre manos invisibles

Mientras hablamos de automatización, hay personas que están haciendo el trabajo más duro y psicológico del sistema:

• trabajadores en Kenia moderando el peor contenido imaginable
• refugiados en Colombia etiquetando datos por centavos
• ansiedad constante por llegar a la siguiente tarea, o perderlo todo

Estos nombres jamás salen en las keynotes.

Una religión tecnológica con su propio mito

Karen Hao cuenta algo que me dejó pensando durante días:
en Silicon Valley no solo se construyen modelos.
Se construyen mitologías.

Ella usa una comparación que no esperaba en un libro sobre IA, pero que encaja demasiado bien: Dune, la famosa saga de ciencia ficción.

En la historia, hay un líder que termina creyéndose el personaje mítico que otros inventaron para él.
Lo que empezó como narrativa, se convierte en destino.

Según Karen, eso está pasando ya en la IA:
ingenieros que entraron escépticos en 2019
y hoy son creyentes absolutos de que la AGI es inevitable,
que cambiará la humanidad para siempre
y que ellos están elegidos para traer ese futuro.

“Si nadas demasiado tiempo en ese agua, deja de ser agua.
Se convierte en tu naturaleza.”

Para algunos dentro de la industria, la AGI ya no es una tecnología.
Es una fe, una misión, una profecía.

Y cuando una profecía mueve miles de millones,
casi nadie se atreve a cuestionarla.

 

No es distopía. Es un negocio.

La inteligencia artificial se ha convertido en una especie de religión tecnológica:
CEO como gurús. Inversores como creyentes.
Promesas que suenan a “la humanidad trascenderá”.

Pero en realidad, se parece más a una corporación imperial que avanza sobre todo lo que pueda monetizar: creatividad, trabajo, privacidad, energía, tiempo.

Si dejamos que solo unos pocos decidan, la IA no liberará nuestro potencial.
Lo domesticará.

Por qué hablar de esto en Writeres

Porque los creadores seremos los primeros afectados y los primeros necesarios.

Si no entendemos quién controla la herramienta, acabaremos trabajando para ella sin darnos cuenta. Por eso, en esta comunidad aprendemos a:

• usar la IA con criterio
• entender cómo funciona, no solo qué hace
• proteger nuestra autonomía creativa
• exigir un futuro donde todos participemos en las decisiones

La IA no está aquí para sustituirnos.
Está aquí para retarnos a tomar responsabilidad.

Somos generación de construcción

No hemos llegado tarde.
Estamos entrando justo cuando se decide quién manda en este nuevo mundo.

El futuro tecnológico se está escribiendo ahora mismo.
No venimos a que nos lo cuenten.
Venimos a escribirlo.

Si queremos una IA que expanda la creatividad, la igualdad de oportunidades y el acceso al conocimiento, entonces debemos participar del debate, no solo del hype.

Aquí, en Writeres, ese es el objetivo.

Que nadie diseñe el futuro por nosotros.

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